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 EL BLOG DE

- El Poblado -

Actualizado: 6 oct 2023

Maravillas: un mar calmo, una ballena amistosa, un dron oportuno y dos mujeres practicando standup paddle.


El 31 de agosto de 2021 es un día tranquilo en Puerto Madryn –el lugar indicado, el momento preciso—. Maxi Jonas tiene un equipo prestado, pone el dron a flotar y el ojo atento. Dos mujeres se deslizan en sus tablas a pocos metros de la costa, no descubren que la ballena se acerca con lentitud sino hasta que la sombra inmensa pasa por debajo suyo.


Analía Giorgetti, la mujer de la tabla, cumple años ese día. No se asusta: permanece en cuclillas, levanta el remo y se deja llevar. Se deja llevar literalmente, porque la ballena la empuja con suavidad. Esa es la primera maravilla. La segunda es que el momento quedó registrado con el dron, acá lo tenemos:



A las 10 de la mañana Maxi regresó a su casa sin saber qué hacer: subirlo o no subirlo. Tendría buena recepción o sería criticado, eran sus preguntas. Cuenta a Infobae: “Dudé mucho porque imaginé que esto iba a traer cola. Porque está prohibido ir a tocar las ballenas. Pensé que podía generarse una polémica y quizás muchas personas saldrían a hacer lo mismo. Pero Analía no había cometido ninguna infracción: ella estaba tomando mate en su tabla y no está prohibido navegar. Ella no fue a buscar la ballena sino que la ballena fue hacia ella". Lo sube a sus redes: estallan.




Lo que siguió fue un torbellino: el video se vio en todo el país y llegó a Arabia, a India, a Finlandia, lo publicaron la BBC, la CNN. No es para menos: es el testimonio de la convivencia espontánea y respetuosa, es un retazo de intimidad con la naturaleza que a lo mejor los madrynenses damos por sentada, pero no los millones de personas que vieron el video. Analía tampoco.


."Esto fue único. Le agradezco a Maxi Jonas la captura que logró, pero tampoco significa que mañana salgan todos a intentar un momento así. Por sobre todo, debemos respetarlas", dijo Analía en la radio local @CadenaTiempo


La ballena que dio la vuelta al mundo lo hizo por las redes.



Actualizado: hace 3 días

Que Gales -un país británico- y Roca -un presidente argentino- sean las principales avenidas de Puerto Madryn es un dato curioso. Veamos: en 1865 partieron desde Gales los colonos que dos meses después llegarían a las costas patagónicas, demasiado lejos de todo. La distancia no era un inconveniente para los que venían a proteger su cultura de la censura inglesa pero no de los tehuelches, con quienes convivieron a base de respeto y de intercambio de oficios. Durante los primeros años de la colonia los galeses aprendieron a domar el desierto: los tehuelches les proveían carne y les enseñaron técnicas de caza a cambio de pan, leche, manteca y los productos de la tierra que los colonos supieron cultivar. Fue una alianza de protección mutua: los tehuelches frenaban los malones mientras que sus vecinos

europeos intercedían por ellos ante el gobierno nacional, en una época en que las fronteras eran móviles y se desplazaban a fuerza de combates y muerte.


Antes de ser presidente de los argentinos, Julio A. Roca fue el General que encabezó la Campaña del Desierto en 1878 y que cambiaría para siempre el territorio patagónico. El avance militar sobre estas costas y el avance de las tribus mapuches diezmó la población tehuelche: los galeses perderían definitivamente a quienes habían sido mucho más que sus socios comerciales. Estas dos avenidas perpendiculares —Gales y Roca— se encuentran en el vértice de un ángulo recto: de este a oeste una, de norte a sur la otra. Dos formas distintas de poblamiento, dos lógicas para pensar al otro y su identidad.


Camino al sur, la avenida Roca es el eje que cambia el nombre de algunas calles y delimita así dos grandes sectores: de un lado Azcuénaga, Paso, Marcelo T. de Alvear, Mariano Moreno, Rivadavia, Beruti, Saavedra, Triunvirato y Dorrego; del otro Nahuelquir, Chiquichán, Mathews, Thomas, Gutyn Ebril, Roberts, Inacayal y Morgan. Los madrynenses vivimos entre unitarios y federales, entre galeses y tehuelches, pero la mayoría de las veces no nos damos cuenta.


En las ciudades del interior no prestamos mucha atención a los nombres de las calles. Una indicación urbana consiste en un mapa dibujado en el aire con las manos: los lugares no se marcan con direcciones sino con referencias espaciales —en frente de, a la vuelta de—. La ferretería del barrio está al lado de la mercería, que a su vez queda en la esquina del vivero y a la vuelta de la escuela, después del semáforo. Las distancias no son kilómetros sino cuadras de asfalto o cuadras de ripio y polvo. A veces, las distancias también se miden en tiempo.


Foto: Lucía Domínguez @luciadobe
Foto: Lucía Domínguez @luciadobe
 
 
 

Actualizado: 6 oct 2023

"¿Chizuyo será nombre de varón o de mujer?", pienso. Si tuviera el oído afinado para distinguir los fonemas y unirlos con alguna idea o recuerdo tendría alguna pista, pero no. Sólo sé que la reserva de alojamiento está a nombre de una persona sola: abril, 3 noches. 

En Puerto Madryn y en plena temporada baja podría ser un hombre viajando por negocios. Entre los empresarios chinos y japoneses que se dedican a la pesca o a los molinos de viento, los senegaleses que ofrecen su mercadería en la playa durante el verano, los descendientes de pueblos originarios y de los colonos galeses, los madrynenses habitamos una Babel en la que todos jugamos de visitantes.

Tal vez me sorprende menos que Chizuyo sea mujer a que en el libro hotelero se registre como ama de casa. Así, escrito a mano y en español. Es bajita, liviana, da pequeños pasos flotantes que no hacen ruido. Mientras avanzamos con el check-in me doy cuenta de que habla poco y nada de inglés, pero sí algo de castellano. Rarísimo: ¿por qué una mujer japonesa aprendería castellano? Según su pasaporte tiene cuarenta y siete años y es oriunda de la ciudad de Nagoya. Un gugleo rápido me avisaría luego que es una de las cuatro ciudades más grandes de Japón, centro neurálgico de la industria automotriz. Wikipedia registra que el creador de Dragon Ball Z, varios samuráis, dos premios Nobel de Física y algunos patinadores artísticos son oriundos de Nagoya. No hay mujeres en la lista.


Chizuyo se instala en la casa de huéspedes, le gusta. Como prefiere moverse en bicicleta mi marido ajusta una de las nuestras, la que está en mejores condiciones. Creo que la persuadimos de que asegure el candado cada vez que lo necesite, aunque no estoy segura de si nos entendió porque asiente y sonríe todo el tiempo. Para mí, analfabeta en su lenguaje, es difícil saber si lo hace por cortesía o por convicción.


En Puerto Madryn llovizna y Chizuyo se marcha, pedaleando.

Durante la estadía de mi huésped Japón era noticia por la próxima abdicación al trono del emperador Akihito. Era el primer monarca de los últimos 200 años en renunciar al poder real.

En 1959 se había casado con Michiko, la hija de un industrial millonario formada en Literatura Internacional y criada bajo la religión católica, que enamoró al entonces jovencísimo príncipe Akihito y se convirtió en la primera princesa plebeya de una historia milenaria.


Michiko y Akihito el día de su abdicación al trono (fotografía BBC)

Entre los primeros partidos de tenis que jugaron juntos y los tres hijos que tuvieron durante su matrimonio pasaron más de 60 años. Fue la primera representante de la nobleza que se opuso a delegar en intermediarios la crianza de sus hijos: ella misma les dio de amamantar y cocinaba sus alimentos en una cocina que hizo construir especialmente. Pagaba cara su osadía de humanizar la rigidez del protocolo monárquico, sobre todo por el disgusto implacable de la emperatriz Nagako, su suegra, que ordenó a sus sirvientes que la espiaran y le informaran cada paso de su nuera. En 1993 Michiko sufrió un desmayo y durante un tiempo perdió el habla: no había lesión neurológica alguna que lo explicara. Fueron siete meses de silencio en un palacio invadido por cartas de apoyo y miles de grullas dobladas a mano por un pueblo que había llegado a respetarla y a quererla. De a poco recuperó su voz aunque, dicen, no volvió a ser la misma.


Recordaba esta historia pensando en que Chizuyo tal vez creció con estos relatos de pequeñas sublevaciones monárquicas, imágenes de una mujer cuyo silencio pudo habilitar formas nuevas de relacionarse con algunas tradiciones. ¿Quién será Michiko para mi huésped?, pienso. Por qué Chizuyo habrá elegido visitar Puerto Madryn, cómo aprendió a hablar nuestro idioma, ¿tendrá hijos?; la invitaría a tomar el té para saber cómo es la vida de un ama de casa en Nagoya, a qué hora se levanta todos los días, ¿habrá querido estudiar en la universidad?. Chizuyo y Michiko son mujeres silenciosas con más gestos que palabras: me resultan enigmáticas. Sólo la prudencia evita que me convierta sin pudor en turista de mi huésped.


 —La cadena de bicicleta salió dos veces hoy, pero ahora está arreglado —, cuenta Chizuyo cuando regresa, aunque no aclara si pudo repararla por sí misma o alguien la auxilió en el camino. Tal vez animada por este pequeño triunfo su timidez se hace más porosa y tiene ganas de conversar: su español es esforzado pero insistente.  


Hace un tiempo supe de un grupo de japoneses que viajó a Hawaii durante sus vacaciones pero nunca dejaron el hotel en el que se habían alojado. Tenían miedo. Miedo de no entender nada. Sin embargo ahí estaba Chizuyo conociendo Puerto Madryn en bicicleta, fuera de temporada: no hay ballenas ni pingüinos en esta época. A lo mejor le resultó más exótica la estepa, la mirada que llega en línea recta hasta el horizonte cruzando el monte achaparrado, una geografía amplia tan distinta a la suya. O le llamó la atención la carnicería del barrio, enorme, con toda la mercadería en exhibición y las reses enteras suspendidas del techo. Quién sabe: cada viajero con su recorte del paisaje.


—Viajé aquí con la recomendación de mi esposo. Él es japonés y vivió en Argentina por trabajo, así que mi esposo me enseñó español para que pueda hablar español para mí. Viajar sola en Argentina es un gran reto — dice mientras guarda la bicicleta.

Hay algo íntimo en el vínculo de la persona con su bici: el aire en la cara, la respiración, el ritmo que vacía los pensamientos como en una meditación. La bicicleta puede ser un medio de transporte o un ejercicio físico, y al mismo tiempo una manera de estar solo, de dominar un espacio que ofrece cierta resistencia, de domesticar una ciudad. Pedalear te deja a la intemperie, te da una mirada sin ventanillas, te permite escuchar mejor. La bici, de hecho, es un punto de vista.


De la llovizna sólo quedaba el olor a tierra húmeda y el verde un poco más verde de los árboles. Han pasado las tres noches de su estadía y Chizuyo toma un taxi al aeropuerto para abordar su vuelo hacia Buenos Aires. Creo haberle entendido que sigue camino a Iguazú pero es tal su esfuerzo por hablar otro idioma que asentí sin preguntarle más, esta vez por cortesía. —En el tiempo en Argentina a veces no fue según lo planeado pero experimenté mucho más placer en eso. Fui provocada por esta naturaleza y la gente que vive aquí —, dirá antes de despedirse con esa reverencia minúscula que vi varias veces en estos días. En un viaje no es necesario verlo todo y conocerlo todo: lo que queda puede ser una situación, una frase, un detalle. Eso que queda nunca aparece en Wikipedia, ni tampoco Chizuyo. 








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